Entre los jóvenes realizadores se ha ido extendiendo la forma de rodar casi como falsos documentales historias cotidianas; el nuevo cinéma vérité. Los presupuestos limitados que financian estas producciones no les impiden obtener, en muchos casos, distinguidos galardones y el reconocimiento de los críticos. En esa línea se sitúa Notas sobre un verano. Sin embargo, ajustarse a unos determinados patrones técnicos y artísticos no debe ser per se motivo de alabanza. Aquí nos encontramos con un relato ligero y sencillo, pero trivial. Su principal mérito radica en replicar con acierto una fórmula conocida. Un pilar fundamental es la indiscutible naturalidad que exhibe el reparto al completo, aunque a veces los diálogos se superpongan. En cualquier caso, cabe intuir que quienes pertenezcan a la generación de la protagonista se sentirán muy identificados con sus delicados dilemas.

Marta, que ejerce de profesora universitaria en Madrid, ha decidido marcharse a vivir definitivamente con Leo, su pareja. Antes, durante las vacaciones estivales, se marcha unos días a Gijón, donde le esperan la familia y las amigas de siempre. También se reencuentra con Pablo, un antiguo novio por quien todavía se siente atraída. Los sentimientos del pasado resurgen inevitablemente. Sin pensar en las consecuencias, dan rienda suelta a sus deseos. Ello le obligará a replantearse el futuro, y la elección no le resultará nada fácil.

Las cámaras siguen a esta veinteañera cuyas rutinas al volver a su tierra natal son bastante comunes. Alterna los espacios de ocio con el renacer del romance, en principio desde la despreocupación moral por los posibles daños colaterales y problemas que pueda generar. Solo al acercarse al ineludible momento de la verdad adquiere consistencia emocional.

Por otra parte, las escenas de sexo se contagian del realismo que domina la cinta, si bien el director asturiano Diego Llorente no se explaya en ellas. Constituyen una muestra de la agilidad narrativa que recorre los 83 minutos de metraje.

Opta frecuentemente por observar a los personajes en silencio o tapar sus conversaciones con el sonido ambiente, un recurso que se salda de manera desigual.

Katia Borlado brilla por su aparente espontaneidad igual que el resto del elenco. Representan convincentemente inquietudes distintas e invitan a creer que no están actuando. Logran dotar de una verosimilitud absoluta cada secuencia, ajustándose plenamente al espíritu del proyecto.

Critica de Eduardo Casanova

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