Los incondicionales del director disfrutarán plenamente de este trabajo porque es Nanni Moretti en estado puro. El sol del futuro rinde homenaje tanto al cine italiano clásico como a su propia carrera. Concretamente, varias de sus conocidas comedias se ven reflejadas en las imágenes del filme. Se aprecian detalles inspirados, entre otras, en Sueños doradosLa cosaCaro diario y El caimán. Resulta presuntuoso, pero ese toque personal e inconfundible y la chispeante ironía con la que ha cosechado numerosos éxitos recorren la cinta de principio a fin. Así que se le puede perdonar la autocomplacencia implícita. Él mismo y algunos de los actores con los que viene colaborando desde hace años atienden ampliamente las mejores expectativas.

Giovanni está preparando el rodaje de una historia política ambientada en 1956. El circo húngaro Budavari se encuentra de gira por Italia cuando las tropas soviéticas entran en Budapest a sangre y fuego. Los representantes del Partido Comunista de la humilde barriada que alberga a los artistas, hundidos por la masacre, deberán posicionarse al respecto. Manifestarse en contra de los rusos podría enfrentarles a sus propios dirigentes. Mientras el veterano cineasta se obsesiona por cada detalle, descuida las relaciones con los suyos, lo que le terminará pasando factura, y esos no serán los únicos contratiempos.

 

Desarrolla en paralelo dos hilos conductores, donde la ficción que recrea el largometraje se confunde hábilmente con la realidad. Eso obliga a que una parte de los intérpretes se desdoblen, logrando unos efectos cómicos curiosos.

El inteligente guion aborda con sentido crítico los profundos cambios que han transformado el séptimo arte en distintos niveles. La irrupción de las plataformas televisivas y sus exigencias o los potentes inversores orientales quedan retratados en unas escenas hilarantes. Tampoco sortean la censura mordaz las generaciones actuales de jóvenes entusiastas que comienzan sus carreras tras las cámaras.

Trata con tacto los apartados sentimentales, sin dramatizar en exceso. Y aplica con solvencia unos recursos originales que rozan la frivolidad. Los desenfadados números musicales, con temas de Franco Battiato y Aretha Franklin, añaden una simpática frescura, que culmina en el peculiar epílogo. La luminosa fotografía y la melódica música incidental ratifican las virtudes técnicas de la película.

Junto al autor, lucen las destacadas aportaciones de Margherita Buy, Silvio Orlando y Barbora Bobulova. Por el contrario, el papel de Mathieu Amalric se antoja desdibujado y desaprovechado.

Critica de Eduardo Casanova