Disney presenta esta digna precuela, donde la apariencia real que crean las imágenes generadas por ordenador reemplaza a los dibujos animados, lo cual no le impedirá satisfacer las expectativas del público familiar. La historia, que sigue manteniendo unos ligeros ecos shakespearianos, evidencia unas notables dosis de imaginación. Argumenta con coherencia el origen de muchos aspectos ya conocidos. Además, equilibra la aventura con la acción, el drama, el suspense y el humor. A ello suma varias canciones que le añaden un toque de musical. En cualquier caso, el interés no decae en ningún momento, pese a que ciertos detalles sean previsibles.

El anciano Rafiki le explica a Kiara, hija de Simba y Nala, quien fue Mufasa, el abuelo al que no conoció. Completan la audiencia Timón y Pumba. La leyenda se retrotrae a la infancia del respetado rey, cuando vivía con sus padres y una riada lo alejó de ellos. Sobrevivió gracias al pequeño Taka, cuya madre, Eshe, lo adoptó. Sin embargo, su felicidad se vio amenazada por una manada agresiva de leones albinos que pretendía dominar todo el territorio.

Los preámbulos pretenden fundamentalmente encajar el relato en la franquicia, dejando claros sus vínculos. Recupera unos personajes populares de los que se sirve para vertebrar la narración mediante sus cómicas intervenciones. No alarga demasiado la introducción y rápidamente nos pone en situación. En esos compases aplica eficientemente las elipsis y despierta la atención.

Cobra mayor intensidad con la irrupción de los inesperados enemigos. Sus imponentes y temibles figuras introducen una amenaza inquietante que aparece de forma intermitente. Lógicamente, su relevancia aumenta conforme los protagonistas avanzan en busca de un supuesto paraíso.

Profundiza en las relaciones de los improvisados expedicionarios y prepara convenientemente el terreno a un desenlace vibrante. No defrauda su clímax, que evita el exceso de artificios.

Es loable el virtuosismo técnico que brilla en la pantalla. Los animales resultan siempre increíblemente expresivos.

De entre los temas compuestos por el reputado Lin-Manuel Miranda, destacan algunos pegadizos, pero también los hay olvidables. Por su parte, el score que firma Nicholas Britell únicamente se hace perceptible en aquellos cortes a los cuales incorpora las reconocibles notas de la premiada partitura compuesta por Hans Zimmer.

Reseña de Eduardo Casanova

 

 

 

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