Después de las vacaciones relajantes junto al Mediterráneo dedicando gran parte del tiempo libre a la lectura (me he leído cinco libros que también reseñaré) y de nuevo por el feudo riojano con un viernes por la tarde entregado al cine con los pases de las películas ‘Romper el círculo’, ‘El Conde de Montecristo’ y ‘Alien: Romulus’, es necesario retomar mi ideario de rebuscar entre los escombros (en el mejor sentido de la palabra) de los discos duros y encontrar la pieza que no había visto y me apetecía visionarla. La elegida ha sido una tremenda sorpresa. ‘Up the Junction’ (1968), de Peter Collinson. Se trata de una producción inglesa inspirada en una novela de 1963 de Neil Dunn convertida en libreto cinematográfico por Roger Smith. Un largometraje encantador, sociológico, agridulce, que parte de una premisa más que potente.
Peter Collinson, fallecido en 1980, tiene una filmografía respetable y a reivindicar. En 1968 ganó la Concha de Oro al mejor largometraje por su trabajo ‘Todo un día para morir’ (1968). En ese mismo festival de San Sebastián el jurado reconoció su pericia en la puesta en escena y le adjudicó el premio a la mejor dirección. En 1969 realiza una de sus aportaciones más exitosas y divertidas, ‘Un trabajo en Italia’, con Michael Caine al frente de una banda de ladrones que perpetran un arriesgado e indómito robo de lingotes de oro en Turín aprovechando el alboroto en la ciudad debido a la disputa de un partido de fútbol internacional entre las selecciones de Italia e Inglaterra. A él le pertenecen otros filmes como ‘La escalera de caracol’ (1975) y ‘Mañana no amanecerá’ (1978), entre otros.
‘Up the Junction’ es una comedia muy simpática llena de apuntes y observaciones sobre la juventud inglesa a finales de la década de los sesenta. Su relato deriva, en un tono más reservado y con un lenguaje menos sofisticado, de la trascendencia y virulencia del free cinema. Sus componentes sociales, sus elementos costumbristas y sus localizaciones urbanas devienen de los síntomas de insatisfacción y rebeldía de la gente oprimida por un sistema inclemente.
El argumento habla de la juventud, sus rutinas, sus trabajos decrépitos, sus hábitos de ocio, sus rollos de pareja y el riesgo del sexo cuando el chico no se pone el condón y las chicas no toman la píldora. Esta estética de barrio periférico, obrero, de gente sencilla, que viven en casas destartaladas y sufren para llegar a fin de mes es una de las constantes que se vislumbran en este filme. Por el tiempo en el que está realizada y teniendo en cuenta lo que había propuesto, por ejemplo, Richard Lester, en la visión sobre la gente joven buscando su sitio en el mundo con un aire de tributo a la comedia yeyé, despendolada pero con una raíz realista tamizada por el cinismo y la ironía, el esfuerzo de Collinson por subirse y decir algo interesante en esa línea requería esfuerzo, imaginación, tesón y chispa. Alguna de estas virtudes no le faltó. Tal y como he apreciado la película, no sólo me lo he pasado en grande, sino que advierto momentos sublimes y arriesgados (el tema del aborto). Y todo ello bajo el manto musical del grupo pop Manfred Mann, con sus peculiares y algodonosas voces ofreciendo canciones de la época y el momento. El hecho de ser una cinta muy contextualizada sobre un estilo de vida, en un lugar concreto de Londres y con la cámara naturalista captando el parpadeo del instante de su geografía no la descalifica para nada por el tiempo transcurrido. Más bien enfatiza su valor y nos muestra un tipo de subsistencia que en sus perfiles más severos y adustos se parecen bastante a lo que expone Ken Loach y su guionista Paul Laverty en sus historias sobre la gente humilde y trabajadora.
‘Up the Junction’ comienza de manera sensacional. La acción comienza en el clasista y exclusivo barrio de Chelsea. Una pequeña panorámica sigue el trayecto de un lujoso coche de la marca Rolls Royce. El vehículo se detiene enfrente de la puerta de una casa de aspecto grandioso y confortable. La puerta se abre y por ella sale una joven embutida en una gabardina de color blanco. La chica se sube al coche, se pone en marcha y por corte vemos un plano general aéreo en el que el Rolls Royce cruza un puente que separa la ostentación de la miseria y la muchacha se apea y se adentra en el barrio de gente trabajadora de Battersea. La chica se llama Polly (Suzie Kendal -El pájaro de las plumas de crista-, junto a Tony Musante) y entra en la oficina de una fábrica de dulces a pedir empleo.
Esta es la premisa de choque con la que arranca el guion sobre una muchacha de veintiún año que cansada de la monotonía y conducta estricta y ordenada de su clase pudiente prefiere cruzar una línea prohibida y socializar con la gente de a pie y currante. El planteamiento no tiene desperdicio. Polly, como dice en un momento del largometraje, ansía la libertad y ha elegido ese entorno, cercano a la estación de Clapham Junction, porque, según sus palabras, ‘todo es más natural; no es fingido’.
El encargado de la fábrica de caramelos la observa con indisimulado desprecio y ve en ella a una tonta que no sabe dónde se quiere meter. Polly está decidida. Lo tiene claro. Se enfunda una bata rasposa de color azul y se mete en el corazón del proletariado. Una fauna de mujeres de todo tipo, mezcla de veteranas y jóvenes, que la miran con guasa y recelo sin entender por qué una pija guapa y elegante se mete en semejante fango. La trasparencia, honestidad y franqueza de Polly pronto conquista a sus nuevas compañeras y sin problemas se hace amiga de dos chicas con las que intima enseguida.
Polly está decidida a romper sus orígenes suntuosos y alquila una apartamento minúsculo, cutre, sucio, deprimente y con goteras. Pero en dos escenas le aporta al espacio color, orden, elementos prácticos y bonitos y un diseño de ambiente acogedor. Cuando sale por la noche, Peter Collinson muestra el ajetreo de los bares, la música en directo, los bailes, las motos de los chicos y las tensiones sexuales.
La joven se ha adaptado a la perfección y encaja como anillo al dedo. No presume de nada y su énfasis y razonamientos convencen a quienes la consideraban una trastornada. Se enamora de Pete (Dennis Waterman), un tipo mediocre que se dedica a pequeñas mudanzas que ve en ella un objeto para medrar en la vida.
La película tiene chispa, retrata muy bien el estilo de vida del barrio de Battersea, fija de manera certera el ritmo y el quehacer cotidiano de los vecinos y sondea, no sin grisura, las perspectivas de una juventud encaminada a matrimonios desgastados antes de empezar.
Se incluye una escena en la a una amiga de Polly se le va a practicar un aborto en el barrio de Wimbledon, con todas sus características irritantes por el perfil ridículo y andrajoso de la abortista y un tramo final triste y desalentador que desnuda las carencias emocionales de Pete. Un joven indolente y equivocado, que hace una lectura errónea de su relación con Polly. La chica es más sincera y abierta en sus sentimientos y en lo que quiere de su sueño realista en el barrio obrero. Mientras que él no sabe distinguir la franqueza que le ofrecen y cree que Polly es una vía para salir de la penuria y la estrechez.
‘Up the junction’ es un excelente trabajo que habla de la soledad, aislamiento, aburrimiento del decoro social frente a la alegría campechana, aunque sórdida, de la gente a ras de suelo. Una bonita y elegante alegoría con una Suzie Kendall en estado de gracia que te enamora por su belleza y sus ganas de transgredir las normas.
Por cierto, en un papel muy secundario, casi de figuración, sale una exuberante y rotunda Susan George, que ya apuntaba maneras.
Reseña de José Manuel León Meliá
Up the Junction (1968) | |
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Rating: 6.9/10 (998 votes) Director: Peter Collinson Writer: Roger Smith, Nell Dunn Stars: Suzy Kendall, Dennis Waterman, Maureen Lipman Runtime: 119 min Rated: R Genre: Drama Released: 13 Mar 1968 |
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Plot: Addresses some of the major 60s social issues - a bored rich London-girl from Chelsea decides to go "slumming" in depressed Battersea, getting a flat and starts factory-work and makes friends... of which one has to get an illegal ... |
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