’13 West street’ (1962), de Philip Leacock, pasa por ser, salvando las distancias, una precursora de las películas que en la década de los 70 abordaban el tema del justiciero individual. La del tipo de hombre corriente, de clase media, al que se le causa un daño o se agrede a su familia y ante la inoperancia y falta de interés de las fuerzas del orden decide cruza una línea prohibida y ejercer de vengador letal. Una forma de actuar que respondía, primero, a la ineficacia policial y, segundo, a la alarmante inseguridad y elevada violencia urbana a la que había que contrarrestar desde una postura personal utilizando métodos expeditivos.

El caso que ’13 west street’ considerada avanzadilla y prototipo de un tipo de cine de acción de extrovertida violencia y clima callejero crispado, la película reúne una serie de elementos argumentales que parecen asentar la base de responder a una agresión con las mismas armas. Es decir, el ojo por ojo y diente por diente. En este caso con la utilización de una clase de recursos violentos menos explosivos y contundentes que los empleados por los cineastas de los años setenta.

La pieza de Philip Leacock, realizador al que le conozco un par de títulos de interés como ‘Que nadie escriba mi epitafio’ )1960) y ‘El amante de la muerte’ (1962), es una producción Columbia inspirada en una novela de Leigh Brackett. Cuenta la historia de un ingeniero aeroespacial, Walter Sherrill (Aland Land), que trabaja para la Agencia Espacial, y se encuentra inmerso en el desarrollo de un cohete supersónico. Los problemas con una válvula impiden que el proyecto esté terminado. Distraído por las exigencias de su cargo, una noche, de vuelta a su casa, no repara que el depósito de combustible de su coche está bajo mínimos y debe detenerse en un paraje industrial solitario donde es violentado y agredido por una banda de chicos que le quiebran una pierna. Su mujer, Tracey Sherrill (Dolores Dorn) presenta una denuncia y el agente Koleski (Rod Steiger), del juzgado de la división de jóvenes, se encarga de la investigación.

Walter Sherrill es un hombre apacible, tranquilo, cuya máxima preocupación es el desafío y reto que supone su trabajo y, al terminar la extenuante jornada laboral, volver a su casa y estar junto a su guapa esposa. Su vida carece de otras preocupaciones y otros entretenimientos. Pero el ataque que sufre y las consecuencias físicas que padece, al verse limitado de movimientos y valerse ayudado por unas muletas, le contrarían bastante. Más si cabe porque no termina de quitarse de la cabeza el atropello sufrido sin haber existido una provocación. Además está inquieto porque entre los adolescentes que le atacaron divisó en la penumbra y en la tunda que le propinaron a jóvenes de buena familia, bien vestidos y de lenguaje cuidado. Pero sin retener en la memoria alguna pista que ayude a la policía. Tan solo que uno de ellos aludía a uno de sus compinches con el nombre de Chuck.

Las pesquisas de Koleski van por un lado y el compromiso de Walter por resolver el percance y dar con los culpables por otro. El primero logra averiguar que los chavales tuvieron una pelea anterior a la agresión de Walter por motivos raciales al encararse con dos ciudadanos negros de cuya trifulca salieron perjudicados. El segundo acentúa una psicosis de odio y venganza que provoca su descuido en el trabajo además de poner en riesgo la seguridad de su mujer.

Walter se muestra inasequible al desaliento, no abandona, pese a los consejos, su actitud justiciera mientras el investigador acecha los institutos para buscar algún indicio. Cuando algún sospechoso cae en la red, sus pomposos, engreídos y soberbios padres le procuran la coartada suficiente para que el niño pijo no tenga problemas con la justicia.

En el tramo final, la debilidad de uno de los chavales, que se quita de en medio, el carácter asustadizo de los otros miembros de la banda que ven como Chuck se comporta como un verdadero psicópata, y el impulsivo acecho del personaje principal sobre la manada de niños bien que le atacaron, convierte la historia en un vibrante duelo donde las dos posturas quedan cuestionadas por un acervo que no decae.

La película es un thriller social correcto, sobre unos niñatos racistas que tras insultar a dos ciudadanos de raza negra y verse reprochados por éstos y descontentos por la derrota la emprenden con un ciudadano ilustre sin culpa alguna. Jóvenes de buenas familias, que irán a la universidad, protegidos por unos padres impresentables que desconocen las fechorías de sus hijos y el intempestivo temperamento de un hombre razonable que deja de serlo cuando es violentado. Todo ello con el encomio de la policía de prestar el servicio al ciudadano y resolver un embrollo que le pertenece.

En el aspecto estético cabe reseñar la voluntad de Philp Leacock y su director de fotografía de acentuar la maldad de la muchachada con una luz en blanco y negro que ciñe de oscuridad de tinieblas cada vez que la cámara se posa y se fija en los chicos jóvenes. Un expresionismo tardío pero eficiente y simbólico.

Reseña de Jose Manuel León Meliá

 

 

13 West Street (1962)
13 West Street poster Rating: 6.3/10 (911 votes)
Director: Philip Leacock
Writer: Bernard C. Schoenfeld, Robert Presnell Jr., Leigh Brackett
Stars: Alan Ladd, Rod Steiger, Michael Callan
Runtime: 80 min
Rated: Approved
Genre: Crime, Drama
Released: 06 Jun 1962
Plot: An aerospace engineer (Ladd) ignores a policeman (Steiger) and hunts down a gang of juvenile delinquents.
Calificación: