Guy Ritchie sigue la estela de The Gentlemen: Los señores de la mafia y sin igualar sus excelencias, firma este entretenido thriller en cuya trama, bien elaborada, la acción se alterna perfectamente con el suspense. Demuestra su dominio del género, particularmente al contar con un nutrido elenco de personajes carismáticos y trazar, sin perderse, las distintas implicaciones entre ellos. La intriga apunta influencias de las clásicas misiones protagonizadas por James Bond y Ethan Hunt. Nunca alcanza las mismas dosis de exagerada espectacularidad, pero el conjunto brilla gracias al esmerado guion, en el que el humor también está muy presente, y a la solvencia acreditada del reparto.

El MI6 le encarga a Nathan Jasmine que ponga rápidamente en marcha un operativo con sus mejores agentes. La misión consiste en recuperar el dispositivo que unos asaltantes fuertemente armados han sustraído de unas instalaciones donde se trabaja con tecnologías militares avanzadas. Podría caer en manos de ciberterroristas con el peligro que eso supondría. El aguerrido Orson Fortune, la experta en sistemas informáticos Sarah Fidel y el expeditivo JJ Davies forman el equipo que actuará sobre el terreno. Solo necesitan a alguien que haga de cebo y se decantan por el popular actor estadounidense Danny Francesco, una admirada estrella internacional totalmente ajena al mundo del espionaje.

Curiosamente, aquí no asistimos a la típica introducción trepidante. No obstante, el relato recorre una línea ascendente y sin emplear ese manido recurso consigue captar la máxima atención únicamente con la presentación de cuantos se verán implicados en el caso, pese a que la valiosa información digital prácticamente es un macguffin.

Ya en los compases iniciales aflora una hilarante ironía que acompaña al resto del metraje. Las secuencias más agitadas evidencian la pericia del director, que domina completamente los movimientos y ángulos de las cámaras. Así, nos ofrece enfrentamientos y persecuciones espléndidamente rodadas.

Como mandan los cánones, la historia viaja por varios países, incluyendo España, lo cual contribuye a agilizar una narración que no decae en ningún momento. El final, lógicamente, esconde algunas pequeñas sorpresas, que surgen sin brusquedades y respetan la esencia del argumento.

Cada intérprete encaja plenamente en su papel. Jason Statham apenas parece esforzarse al retomar un perfil que le resulta bastante familiar. Hugh Grant se convierte en el auténtico «robaescenas» de la función. Aubrey Plaza se luce sin adornarse y Josh Hartnett (Pearl Harbor) acierta en la graciosa caricatura del ego hollywoodense.

Crítica de Eduardo Casanova

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