Bajo el envoltorio de un thriller original esconde una sátira exagerada no apta para todos los paladares. Ridiculiza ingeniosamente el esnobismo gastronómico con unos argumentos curiosos y donde el insólito protocolo que acompaña al menú marca el ritmo de la trama. En principio, engancha su seductora propuesta culinaria, pero la va deconstruyendo paulatinamente hasta llevarla a extremos crudos y violentos, revestidos de humor negro. El guion cuida especialmente uno de los pilares fundamentales del film: los personajes, a los cuales presenta someramente con buenas formas, ocultando sus despreciables trapos sucios, que irán emergiendo posteriormente.

Margot y Tyler llegan a una paradisíaca isla del Pacífico. Allí se encuentra el prestigioso restaurante Hawthorn, en el que cenarán junto a otros diez comensales muy selectos y de gran poder adquisitivo. Cada uno pagará 1.250 dólares por esa experiencia tan exclusiva, aunque ninguno de los asistentes imagina las tremebundas sorpresas que les ha preparado el chef, Julian Slowik. Conforme van sirviéndose los platos, los incidentes inquietantes se suceden, incluso en ocasiones derivan a episodios truculentos. Inicialmente, los clientes piensan que forma parte de la artificiosa puesta en escena; sin embargo, sus impresiones cambian cuando empiezan a sentirse seriamente amenazados.

A medida que avanza, delimita y opone a dos grupos antagónicos e igualmente reprobables. Por un lado, están los ricos, cínicos, prepotentes, hipócritas y clasistas. Frente a ellos se sitúa el egocéntrico e idolatrado cocinero, ante quien se pliega su ejército de ayudantes, auténticos adeptos totalmente entregados en cuerpo y alma al arte que domina. Maximiza estos pecados con la intención de enfatizar la corrosiva crítica social que pretende exhibir. Hábilmente, coloca entre ambos a la joven protagonista, que se convierte en la heroína de la función, buscando la empatía con el público; no obstante, guarda también algún secreto inconfesable.

La tensión aumenta progresivamente y cobra alicientes con unos acontecimientos imprevisibles. Aun así, la resolución de la historia no responde a las expectativas: se precipita e incluye detalles más propios de una bufonada.

El comedor constituye el plató principal y puede intuirse tanto el cuidado trabajo realizado por el diseñador como el tiempo que ha dedicado el director, Mark Mylod, a la distribución de los participantes. Mueve con eficacia las cámaras en ese acotado espacio, insuflando un agradecido dinamismo a la intriga.

Ralph Fiennes borda el papel del tipo excéntrico que asume. Anya Taylor-Joy se luce en un rol bien mesurado y Nicholas Hoult aporta distintas notas cómicas de carácter paródico.

Critica de Eduardo Casanova

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